#ElClásico: Resucitado contra moribundo

«En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol». – Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo.

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Esta tarde a las 16:15h el planeta fútbol concentrará sus miradas en el Camp Nou donde se jugará «un nuevo partido del siglo», conocido popular y mediáticamente como #ElClásico

Barça y Madrid, los dos grandes trasatlánticos del fútbol mundial (por mucho que les pese a Juve, City, Bayern, United o PSG), disputarán algo más que un simple partido del fútbol, motivada por la rivalidad histórica entre estos dos clubes, que va más allá del simple hecho de darle puntapiés a un balón. Además en esta ocasión ambos equipos llegan con urgencias, tras haber firmado un inicio de liga un tanto irregular. Así tras nueve partidos, mientras los culés solo han ganado cinco, los merengues ya han perdido tres, y los nombres de Valverde y Lopetegui han estado a punto de aparecer publicados en las páginas de «necrológicas» en vez de en las de «deportes».

También es cierto que a este partido llega en mejor situación el Txinguirri que el exseleccionador felón, ya que en las últimas citas el Barça ha demostrado más solvencia que el Madrid. Por eso, y antes de que empiece a rodar el balón, el futuro de Valverde solo aparece cuestionado por los entrenadores tuiteros de taberna, mientras que en estos momentos Lopetegui ya está dentro del ataúd, pendiente de que alguien (Luis Suárez o Coutinho o Piqué o…) le ponga la tabla encima y la cierre con unos martillazos en forma de goles.

Pero sabemos que el fútbol es caprichoso y #ElClásico todavía lo es más. Por eso es difícil pronosticar qué puede suceder tras los 90 minutos que nos depararán un Barça sin Messi contra un Madrid enfermo terminal. En principio no se esperan revoluciones, y todo hace suponer que Valverde alineará el mismo once que tan buena impresión causó frente al Inter en Champions, y que Lopetegui dejará su futuro en las manos -perdón, en los pies- de las vacas sagradas.

 

 

 

Por lo que respecta al arbitraje, desde la capital ya empezaron a gimotear cuando se supo que no lo arbitraría ninguno de sus soplapitos de cámara, como Undiano, Mateu Lahoz o Gil Manzano, y eso que del VAR se hará cargo Hernández Hernández, el mismo que no quiso ver (es imposible que no lo viese) el gol que marcó el Barça hace dos temporadas en el Villamarín y que le puso el título de liga en bandeja al Floren Team. Si por el Madrid fuese, los Barça-Madrid siempre los arbitraría Guruceta sobre el campo con Ortiz de Mendíbil a cargo del VAR.

Así es que, queridos lectores, preparémonos para disfrutar con un partido que seguro que nos dejará goles, polémicas, rifirrafes… y hasta puede que algún cadáver. @Bajarlaalpasto

 

¡Silencio Wanda!… Un pistolero anda suelto

«Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad.» – Bertolt Bretch, escritor alemán.

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El pasado sábado se jugó en el Wanda – sí, en el Wanda que son los que ponen la pasta por mucho que se ofendan mis amigos colchoneros – el partido más atractivo de la octava jornada de LaLiga entre el Atlético de Madrid y el Barça, amenizado por un concierto de música de viento que le dedicaron los aficionados del Atleti a Piqué durante 90 minutos. En los prolegómenos, banderas españolas y música de Manolo Escobar, para que al Barça y a Gerard Piqué – el monstruo de dos cabezas de deporte español – les quedase claro que estaban jugando en España… vamos, como si en el equipo culé no hubiesen jugado más españoles que en el rojiblanco. En fin, en su casa cada uno hace el ridículo como quiere.

En lo deportivo, el fútbol rácano al que nos tiene acostumbrado el Cholo – para ese menú  no hace falta sacar la vajilla de los domingos ni el mantel de hilo de la abuela, sino platos de plástico y mantel de papel – consiguió imponerse en momentos de la primera parte al fútbol combinativo y de buen trato al balón de los jugadores de Valverde, llegándose al descanso con un engañoso e injusto 1-0 en el marcador. Ya en la segunda parte el Barça pasó el rodillo, ayudado por la querencia de Simeone de encular a su equipo en su propia área cuando se enfrenta a la maquinaria culé, aunque no consiguió la igualada hasta los minutos finales.

El tanto del empate lo logró Luis Suárez, rematando picado de cabeza un gran centro de Sergi Roberto, y lo celebró mandando callar al público del Wanda. La pena fue que un par de minutos después tuvo a unos centímetros de su bota el haber marcado el gol de la victoria, con lo que sospecho que nos perdimos una celebración que prometía ser épica.

A partir de ese momento, como si un ser superior hubiese activado un interruptor, la caverna se lanzó a degüello contra el goleador azulgrana, llegando a pedir incluso sanciones por su gesto hacia el público. Y de ahí mi cita del principio de este post dedicada a la hipocresía.

Y es que la doble moral cavernícola es sencillamente sonrojante. Que Raúl mandase callar al Camp Nou, o que Cristiano Ronaldo hiciese lo mismo en el Calderón no escandalizó a los mismos medios de comunicación palanganeros que ahora se llevan las manos a la cabeza. Incluso cuando Mandzukic hizo el mismo gesto también en el Camp Nou se interpretó como que «había hecho un Raúl»… ¡menuda risas!

 

En fin, que Luis Suárez mandase callar al público del Wanda por haberse pasado todo el partido silbando a un deportista ejemplar como Piqué, no es nada comparado con la colección de desplantes protagonizado por las más grandes estrellitas y vedettes merengues en diversos campos, como recoge @Zona_Blaugrana en este mosaico. Ahora entendéis mejor lo de la hipocresía, ¿verdad? @Bajarlaalpasto

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Y el Athletic fue superior

adurizTras la sonrojante derrota por 4-0 en el partido de ida de la final de la Supercopa de España disputado en San Mamés, el Barça necesitaba una remontada histórica para sumar el quinto título del año y así poder optar a conseguir su segundo sextete. Pero después de un inicio prometedor con dos ocasiones seguidas – remate fallido de Pedro y disparo de Piqué al larguero – el Athletic se fue acomodando en el campo viendo como el reloj corría a su favor.

El Barça salió con su equipo de gala, pero se notó en exceso que todavía estamos en agosto y ni las piernas ni la cabeza están su mejor momento. Para remontar hacía falta que el balón corriese rápido de un lado a otro, que los laterales y los interiores se incorporasen y llegasen por sorpresa a las posiciones de ataque, y que los puntas estuviesen especialmente inspirados. Y nada de esto sucedió, al menos hasta el filo del descanso, cuando una llegada de Mascherano rompió a la defensa bilbaína y permitió a Messi marcar y llevar la ilusión a la grada.

Pero la segunda parte comenzó sin grandes novedades y los hombres de Luis Enrique no eran capaces de generar ocasiones de peligro. Hasta que llegó la jugada que ya terminó de matar la final, como fue la expulsión de Piqué por dirigirse a un juez de línea protestando una acción anterior al grito de, según recogió el árbitro en el acta, ‘me cago en tu puta madre’.

A partir de ese momento, con un jugador menos unido al cansancio acumulado, el Barça bajó los brazos y el Athletic se estiró, lo que le permitió igualar el marcador con un tanto de Aduriz que se convirtió en el auténtico protagonista de la final. Impresionante el veterano ‘9’ rojiblanco.

En el cómputo global de los dos partidos el equipo Valverde fue superior, tanto en intensidad como en colocación sobre el campo, y en el primer encuentro supo aprovechar sus ventajas y sentenciar a un Barça blandito que dio la impresión de presentarse en San Mamés con la toalla y las chanclas de la playa.

Y así merecidamente el Athletic volvió a levantar un trofeo 31 años después, dejando además la sensación de que puede convertirse en la sorpresa de la liga.